“Es para llorar, perdónenme”, agregaba Victor Hugo luego de desplegar su prosa en la gambeta más famosa del Siglo XX (y de la historia del fútbol). Y hoy, es para llorar. Perdónenme.
Al haber nacido a mediados de la década del ‘90, no he visto jugar a Diego Armando Maradona. Pero no hizo falta. Sin dudas me hubiese gustado levantarme temprano un domingo para ver al Napoli destronar a los gigantes italianos, o estar viendo ese gol histórico desde el pase de Enrique. Las primeras imágenes que vi de Diego fueron allá por el 2002 o 2003, en un cassette que alquiló mi viejo en un videoclub en Bariloche. Ahí estábamos: mi viejo, mi hermano y yo; viendo en un televisor de tubo sin botones, lo que a mi viejo lo había hecho feliz en el fútbol. Un tipo que hacía magia con la pelota. Con el tiempo fui entendiendo que era más que solo la pelota, que eso tenía detrás una historia política y social mucho más grande. Era una de humildes ante los poderosos.Diego siempre fue eso. Ese pibe criado en el barro, que pudo salir y llegó a codearse y enfrentarse con la elite. Ese pibe de Fiorito, “con un par de lienzos crotos”, como decía Alorsa Pandelucos, supo recorrer un camino a la eternidad, esa eternidad a la que pocos llegan. Vivió mil vidas. Gambeteó a mil rivales. Ilusionó a millones. Se ganó amigos y eligió a sus enemigos.También fue un Diego que estuvo vetado en el fútbol argentino. Solo había dirigido a Racing y Deportivo Mandiyú; después de muchos años tuvo la chance en la Selección Nacional. En Argentina parecía que nadie lo quería en su equipo. Hasta que se dio esta oportunidad única de Gimnasia. El equipo venía mal de lo futbolístico, los jugadores caídos anímicamente y la llegada de Diego fue una inyección para levantar cabeza y empezar a creer. Capaz pasó por alto una frase de Diego en Rosario,después del partido con Newell’s: “Gimnasia no es el Galaxy de Los Ángeles, que viene Beckham y te tira 65 millones por mes. Me gustó el proyecto. Me gustó Estancia Chica. El ambiente. El perfume a pasto que yo tanto digo. Eso está en Estancia Chica”.Eso le dio Gimnasia. La chance de pisar el suelo “que regó de gloria” (Rodrigo). Esos campos de juego que Diego revalorizó en sus años de jugador, cuando posicionó al fútbol argentino en el mundo. El Lobo lo devolvió a su fútbol. A su país. Aquí, donde es querido. Cuesta hablar en pasado. Pero Diego sigue en cada remera de los pibes en las calles, en las canchas, en los potreros. Ahora para quienes tienen ocho años es más fácil ver un video de Diego. Y eso no se va a perder. Porque yo sueño algún día, poder mostrar unas jugadas de él; así se mantendrá viva la leyenda y no morirá jamás.