Qué dfícil escribir en este momento. ¿Quién podía imaginar que Diego, Dieguito, Pelusa, D10S, el “gordo”, nos iba a dejar así, de la noche a la mañana? Ni el más pesimista o el más detractor anti maradoniano del planeta podía suponer que se nos iba a ir tan rápido, tan joven y tan sólo. Siempre creímos, como en las epopeyas más gloriosas, que el Dios humano, de alguna manera heróica, logra imponerse ante la adversidad. Como en tantas otras oportunidades, nos mal acostumbraste, dejando atrás los episodios del ‘91 con la sanción por consumo de cocaína o los capítulos del 2000 y 2003, con las malditas sobredosis, que derivaron en graves internaciones. Una vez más, creímos que lo podías todo pero, esta vez, no hubo un final final para el jugador más grande de la historia…
Para hablar de Diego, es natural discriminar lo que era dentro y fuera de la cancha. “Vos no lo viste a Diego, te lo contaron” me repitieron en millones de oportunidades algunos fanáticos de próceres nacionales o dioses invisibles, que sólo recrean o veneran por cuentos de antaño. Con ver sus compilados o sus partidos completos 30 años después, a uno le alcanzan para corroborar la magia que destilaba dentro del campo de juego. Su soltura, su naturalidad para desenvolver el fútbol que aprendió de pibe enamoran a cualquiera, sin importar el gusto o no por el deporte, porque Diego no sólo era futbolista, sino que era un artista. Sus movimientos eran parte de una pintura que se vendía sola después de 90 minutos, y por la cual pagaban (y lo hicieron pagar), los monigotes de traje que manejan el negocio. Pero más allá de destacar como pintor, compositor, bailarín y actor dentro de la cancha, al Pelusa no le alcanzaba. Necesitaba algo más, y ese algo, lo conseguía fuera del rectángulo de juego.
Cuando se piensa en Maradona como persona, uno inmediatamente lo asimila a ese sentimiento que despertaba entre el amor y el odio. Por su forma de ser, por su crianza, por su “cultura villera”, Diego siempre se manejó entre los extremos de la vida: sin miedo a nada, blanqueó su amistad con Fidel Castro y Hugo Chavez al tiempo que mostraba rechazo por Bush y la reina Isabel; de la banca y adhesión al peronismo/kirchnerismo al rechazo por el macrismo; de su constante clamor popular hacia los más necesitados al destrato por el Vaticano y los capitalistas más poderosos; de su amor incondicional por sus ex mujeres a la guerra farandulera por sus pertenencias; de la adoración por algunas personalidades del fútbol al triste desconocimiento de cariño hacia ellos (Riquelme, Verón, Bilardo, Mancuso). Él siempre fue así, verborrágico, sentimentalista, cambiante y controversial. Pero si hay algo que lo destacó y por lo que siempre será recordado es porque nunca y bajo ninguna circunstancia o contexto, calló su pensamiento. Y eso, a muchos, les dolió, porque se creían que Maradona era uno más en el eslabón de la máquina de hacer dinero y negocios para ellos, los villanos de turno. Pero Diego, fiel a su estilo, siempre tuvo claro que no le debía nada a nadie, y, más allá de que algunos fueron injustos por exigirle que sea un ejemplo dentro y fuera de la cancha, él jamás traicionó su esencia y sentó postura en cada rincón del planeta.
Por eso, querido Diego, no puedo decirte más que un simple gracias. Por hacer feliz, inmensamente feliz, a un país entero, que tanto te castigó y te exigió, aún en momentos donde otros se escapaban con valijas o en helicópteros, mientras vos luchabas por tu vida. Y si de exigencia hablamos, lo único que te pido es que, ahora y definitivamente, puedas encontrar esa paz que dejaste de tener a los 15 años, cuando pisaste por primera vez una cancha de fútbol profesional. Hasta siempre, Barrilete Cósmico. Volá alto, que en la Tierra ya gambeteaste a todos los mortales. Ahora, que sufran los arriba, que quedarán pagando con tu gambeta indomable y tu zurda prodigiosa.