Estudiantes de La Plata bautizó el año con una nueva copa en la vitrina, la que se llevó en Mar del Plata tras vencer a Gimnasia por la vía de los penales, más la buena noticia de su incorporación a la Libertadores. ¿Cómo lo cerró? Lo cerró con una goleada de 4-0 a expensas de Olimpo y el consabido derecho de formar parte de la Sudamericana que se jugará en el segundo semestre de 2016. En el medio afrontó una temporada con muchos desniveles que, sin embargo, no deberían empañar el festivo brindis de ese sector de la hinchada que se siente orgullosa de su “resultadismo”.
Hagamos las cuentas: Estudiantes perdió 14 partidos de un total de 48, llegó a octavos de final de la Libertadores, a cuartos de final de la Copa Argentina, terminó séptimo en el maratónico campeonato de 30 equipos y se clasificó a otra competencia internacional. Y todo eso pese a que en febrero tenía un DT (Mauricio Pellegrino), el 5 de diciembre a la mañana tenía otro (Gabriel Milito) y el 6 de diciembre tenía un tercero: Nelson Vivas. A Pellegrino lo echaron, Milito se fue solo y Vivas, que ya estaba en el club, al parecer se corresponde con ese principio religioso que tanto desvela: el riñón, la escuela y la mística.
Y todo eso pese a que hasta la mitad de la temporada tenía dos centrodelanteros de lo más competentes (Guido Carrillo y Diego Vera), un lateral de la selección uruguaya (Matías Aguirregaray) y un único mediocentro organizador en el plantel (Román Martínez), los cuatro desvinculados, y terminó con ocho arqueros profesionales, sin un 9 de calidad y dejando la sensación de que, salvo honrosas excepciones, en materia de refuerzos hace rato que los penales se tiran a la tribuna. El jugador de rendimiento más parejo ha sido Leonardo Jara y la grata revelación ha sido Lucas Rodríguez. Ni Luciano Acosta, ni Agustín Rossi, ni Matías Rosso: uno hecho en City Bell.
Está raro, Estudiantes. Brumoso. Una buena parte de sus seguidores invita a creer la trasnochada idea de que salvo salir campeones todo es un fracaso, de lo cual se deduce que en 84 años de profesionalismo hubo 73 de fracasos. Entre la A y la B se coronó en 1954, 67, 68, 69, 70, 82, 83, 95, 2006, 2009 y 2010.
Acaso también Estudiantes esté raro, brumoso, en transición, por tener un presidente joven que mientras busca consolidarse en su rol y llegar al punto justo entre una fuerte impronta de líder y la indispensable apertura a disidencias y consensos, anda todavía a mitad de camino en temas cruciales como el equilibrio de las finanzas, la construcción del estadio y un perfil institucional acorde con la historia del club. Por ahora, los puntos positivos más visibles no ruedan como una pelota número 5, tal vez porque, como me hizo notar alguien vinculado con el día a día de Estudiantes, la que se ve más contenta es la gente de los otros deportes.
(*) Periodista y psicólogo social