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Un año de espera

18-03-2021   Por: 221RADIO | 103.1

Por Lucio Garriga Olmo

El 19 de marzo de 2020 estaba en un vagón del subte D yendo al trabajo. Faltaban pocas paradas para llegar a la estación de Palermo y emprender una caminata de 15 cuadras hasta el destino final, cuando un mensaje de uno de los encargados me llegó al WhatsApp:

-Lucho, no vengas. Por protocolo no puedo meter más gente en el edificio. 

De nada sirvió mi insistencia de hacer valer un viaje de más de una hora y media hasta una de las zonas más exclusivas de la Capital Federal. El “protocolo”, esa palabra que marca nuestras vidas hasta ahora y que lo seguirá haciendo en el futuro, se impuso con fuerza. Me bajé en Olleros y adelanté el paso para tomarme el subte a contramano y hacer combinación con la línea C y después con el Roca. 

A la altura de Quilmes ya era un hecho que el presidente, Alberto Fernández, iba a hablar por televisión para anunciar medidas importantes en la lucha contra la pandemia de Covid-19 que se empezaba a propagar en el país, la región y que ya hacía estragos en Europa. La pregunta era qué iba a decir. En esos momentos distintos amigos y familiares me escribieron como si hubiera ostentado un título de asesor presidencial o de fantasma de la Quinta de Olivos: ¿Qué sabes? ¿Sabes algo? ¿Qué pasa? La incertidumbre era (es) muy fuerte y el deseo de saber aún más. 

Cuando finalmente supe qué iba a anunciar Alberto Fernández, al salir de la estación de Berazategui y con Safaera de Bad Bunny en los auriculares, le avisé a unos familiares y a unos colegas para delinear de forma conjunta las primeras líneas de trabajo de una modalidad completamente desconocida hasta entonces. En mi casa me lavé las manos, una costumbre esencial que tomé a partir de ese momento, me preparé un mate y esperé el anuncio presidencial muy pegado al televisor, como si no quisiera perderme ninguna palabra. 

A los pocos segundos de que Alberto Fernández haya aparecido en la pantalla, con saco azul y corbata verde, rodeado de algunos gobernadores en épocas de esperanza de unidad nacional, un amigo me escribió por un grupo de WhatsApp: 

- ¿Qué sabes?

- ¿Qué gano si se los anticipo?

-Una birra. 

La promesa fue lo suficientemente fuerte y les dije la información que había obtenido a partir de distintas fuentes entre risas y chistes:

-Cuarentena obligatoria. Solo se podrá salir al supermercado y la farmacia. Se adelanta el feriado de abril-, les dije en formato de telegrama.   

Esa vez no me equivoqué y a los pocos minutos Alberto Fernández comunicó lo que ya se sabía en casi todo el país y que sólo necesitaba su confirmación personal. 

-Te debo una birra-, decía el mensaje de un amigo. 

-Que sea IPA. 

Al día siguiente no me acuerdo qué hice, ni cuál fue mi rutina, ni qué sentí, ni que se me pasó por la cabeza. Creo que, como muchos, lo tomé como el primer día de uno o dos meses extraordinarios que se irían a interponer en nuestro camino de una vida normal y planificada con antelación. Recuerdo las recorridas fotográficas de los medios de comunicación por las calles desiertas de la ciudad, la reiteración hasta el hartazgo de la palabra presidencial en distintas radios y la exposición de decenas de cientos de médicos y epidemiólogos en distintas pantallas. Como muchos esa vez sí me equivoqué y los días se convirtieron en semanas, meses y hoy, con varias e importantes modificaciones en el medio, en un año. De esa extensión recuerdo las tapas unificadas de los diarios de tirada nacional que decían “al virus lo enfrentamos entre todos. Viralicemos la responsabilidad”, los análisis que aseguraban que la sociedad “iba a salir mejor” de la pandemia y los memes sobre las “filminas” presidenciales. También recuerdo que poco a poco el temible pero conocido “sálvese quien pueda” se fue imponiendo en el mundo; que la unidad nacional quedó en el sueño de una noche de verano; que las vacunas llegaron, pero se acapararon por unos pocos países ricos y que la crisis sigue y seguirá por un tiempo y con un final aún desconocido. 

Desde aquel 19 de marzo del año pasado no volví a Capital Federal. Todavía no me subí al Roca ni caminé de nuevo por Palermo. Todavía hay cosas que espero, como esa IPA de litro pasando de mano en mano sin barbijos, sin miedos ni incertidumbres.