El músico Ignacio Bruno habló de la cultural local, cómo afectó la pandemia al sector y afirmó que la Ciudad tiene un gran capital humano pero no se puede desarrollar porque los artistas no tienen espacios para crecer.
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Francisco Gliemmo, Coordinador general del Consejo Consultivo para el Desarrollo, habló en 221 radio. Escuchalo:
Por Marianela Tosetti, directora de 221 Radio
Era jueves 19 de aquel inolvidable marzo del 2020. Yo estaba en una habitación privada de IPENSA cuidando a Gladys. Le conté que se venía el encierro. Pusimos la tele y esperamos. Sabíamos lo que diría. Pensábamos que el confinamiento sería desde el viernes 20, día que abría el fin de semana largo. Pero no, la frase cambió los planes. La cuarentena comenzaría ese mismo jueves a las 0. Mientras el Presidente hablaba, trabajaba frase a frase. Terminada la tarea, vino pensar en la vida que empezaríamos a vivir en unas horas.
Lo primero que hice fue escribir en el grupo de la familia . Eso fue lo primero que hice. Después a mis compañeras y compañeros de la radio. Busqué cuidarlos y sugerí guardarnos unos días y poner música. En ambos espacios, busqué respuestas y decidir qué hacer.
La familia lo tomó con calma, nos tranquilizamos entre todos y pensamos primero en los abuelos. No salgan, esa fue la frase, nosotros nos ocupamos de todo. En la radio, antes que mi idea prosperara, ya se había armado el grupo Pandemia y los horarios de a dos, las guardias para redes, las bolsas para los micrófonos y los vídeos para empezar a hacer sonar esa frase que nos acompañaría por meses : "Quédate en casa".
Empezaba el ASPO, el aislamiento social preventivo y obligatorio. No creo que pueda olvidar lo que pasó cuando salí a las horas. Ya no había bondis, apenas un par de taxis y el silencio empezaba a apoderarse de las calles. Vendría un tiempo largo de encierro. Vendría el zoom, las vídeo llamadas, el barbijo, la soledad. Llegaría la salida solo al súper o la farmacia, las calles desiertas, las persianas bajas y el tele trabajo. Vendría una vida de las que vimos en las películas
No sé si volveremos a escribir sobre esto. Hoy cuando estás líneas están por aparecer en 221 Escribe, el Presidente habla en cadena nacional y además de recordar que ya pasó un año de todo aquello, admite que no llegan las vacunas, que la pandemia no terminó y deja abierta la puerta a un nuevo estado de desconcierto. A un año del ASPO, no tengo claro si esto pasará pronto. Me aferro a la esperanza de la vacuna y al deseo de remontar la crisis por mis hijos que están saliendo a la vida. Escribir es un escape, una salida, una forma de perpetuar los sentimientos y las sensaciones.
A un año del ASPO, sé que tengo menos dudas sobre lo que quiero, que afiance los lazos que eran verdaderos y que pude seguir por el amor y el empuje de los que siempre están para darte una mano en tremenda crisis económica, los que llamaron y llaman sólo para saber cómo estás, los que te cocinan y mandan algo rico para que te sientas querido, los que dan sin esperar nada, los que aún cuando no era posible, pasaron por la puerta para tirarte un beso a la distancia, los que te acompañan en el laburo sin abandonar el compromiso y valoran lo duro que es seguir juntos y adelante. No hay tiempos absolutamente malos.
Gracias a quienes me dieron una mano para vivir de los buenos. Por el abrazo de verdad , por las juntadas sin número de invitados, por bailar y hacer fiestas en casa, por las salidas, por los viajes, por gritar los goles en la cancha. Por todo eso que, de tan sencillo, pasó a ser lo más lindo e importante de la vida.
La artista de rock argentino, una de las mujeres referentes de la historia de la música nacional, pasó por los micrófonos de "La Cueva" en 221 Radio para hablar de su actualidad y proyectos.
Denuncian contaminación en el Arroyo Rodriguez. Este mediodía tuvieron una reunión con directivos de la Autoridad del Agua (ADA).
Acusan al frigorífico de Gorina de desechar productos químicos que afectan las fosas nasales y ojos. También exigen la limpieza del arroyo.
Por María Eugenia Budó
Una semana antes se suspendían las clases presenciales y el movimiento en las calles empezaba a ser otro, un poco más lento y con miradas de desconfianza. La incertidumbre y la preocupación ya eran tema de conversación en todos los espacios de trabajo; sabíamos que lo que conocíamos hasta ese momento como nuestra cotidianidad empezaba a tambalear, lo que aún no teníamos claro era hasta qué punto. Las personas de riesgo, así como los y las niñas, también tuvieron que quedarse en sus casas antes que el resto, o al menos esa era la indicación. Con ese panorama llegamos al jueves a la noche, esperando el discurso del Presidente.
Empanadas de carne era el menú de ese día, Marcos y yo comíamos sentados frente al televisor, sin saber que sería así durante las siguientes noches. Se confirmó lo que prácticamente estábamos esperando, no por eso el impacto fue menor. ¿Vos tenés que ir a trabajar mañana? ¿Te podés sacar licencia? ¿Entrás como esencial?. No tardaron en llegar los mensajes por el grupo de WhatsApp, un grupo familiar que a partir de ese día tendría las próximas reuniones por videollamada, al menos hasta el 18 de octubre, cuando nos pudimos volver a juntar al aire libre con tapaboca, alcohol en gel y distanciamiento social.
Las series y la cocina se volvieron aliadas de nuestro día a día, como comunicadora mi rutina laboral continuaba igual que siempre, en cambio, para mi compañero la virtualidad se convirtió en un nuevo hábito. El ejercicio en casa no nos funcionó y para ir al almacén de barrio nos turnábamos, día por medio.
Mi cumpleaños lo celebramos a distancia y así también vivimos las malas noticias. Estoy segura que perder a una persona en pandemia multiplica la intensidad con la que solemos atravesar un duelo.
Nos repetíamos una y otra vez: la única salida es la vacuna.
Hoy, un año después, me empieza a recorrer un cosquilleo por todo el cuerpo al enterarme que le llegó el turno para la vacuna a mi mamá, a mi tía o a la familia de una amiga. Aún continúo con el miedo del principio esperando que le llegue a mi abuela, a papá y al resto de los tíos.
De a poco, mis sobrinos regresan a las aulas y, cuando queramos acordar estaremos en los libros de historia y charlando en una mesa larga, espero que con un beso y un abrazo al reencontrarnos porque a diferencia de muchas personas, yo extraño el saludo con beso en el cachete.
Por Hernán Moyano, conductor de "El pacto Copérnico"
Recuerdo que el fin de semana previo a que el presidente disponga el comienzo del Aislamiento social, preventivo y obligatorio me dediqué a intentar organizar todo para que mi familia no sufra el cambio brusco que unos días después comenzarían a experimentar en carne propia.
Quizás los que hacemos cine de terror estamos más acostumbrados a conocer la cronología de cambios significativos en situaciones semi apocalípticas como fue la sensación imperante por esos días. Algunos nos aventurábamos a pensar que esto no iba a ser solo unas vacaciones del trabajo como muchos supusieron y que en realidad era el comienzo de algo que iba a tomarnos un tiempo largo superar. Recuerdo las sensaciones de angustia e incertidumbre que comenzaban a acompañarnos en lo cotidiano. Recuerdo las mañanas revisando los diarios online para saber cómo transcurría la situación y recuerdo el dolor profundo que me embargaba cuando escuchaba el pedido repetido en los medios de comunicación, sobre la necesidad de evitar contacto físico directo con nuestros familiares, sobre todo con los adultos mayores.
Como en toda película apocalíptica hay etapas. El inicio suele ser desesperanzador y oscuro y lentamente la sociedad encuentra cierta lógica dentro del caos que lo hace poder transitarla sin perder la cabeza. También recuerdo haber visto durante los primeros meses de la pandemia una serie que me dio escalofríos por lo contemporánea a lo que vivíamos día a día, pero sobre todo por la mirada pesimista que tenia de la situación. En la serie - titulada "El colpaso" - lo más peligroso del colapso no era un agente externo, un virus mortal o un meteorito que impactaría sobre la tierra. En la ficción, lo más peligroso era el planteo de hasta dónde puede llegar el ser humano en una situación desesperante. ¿Existe un límite a la hora de dejar salir nuestro instinto de supervivencia? En todo caso, en toda película apocalíptica siempre hay un nuevo renacer. Esperemos que esa etapa comience pronto.
Por Lucio Garriga Olmo
El 19 de marzo de 2020 estaba en un vagón del subte D yendo al trabajo. Faltaban pocas paradas para llegar a la estación de Palermo y emprender una caminata de 15 cuadras hasta el destino final, cuando un mensaje de uno de los encargados me llegó al WhatsApp:
-Lucho, no vengas. Por protocolo no puedo meter más gente en el edificio.
De nada sirvió mi insistencia de hacer valer un viaje de más de una hora y media hasta una de las zonas más exclusivas de la Capital Federal. El “protocolo”, esa palabra que marca nuestras vidas hasta ahora y que lo seguirá haciendo en el futuro, se impuso con fuerza. Me bajé en Olleros y adelanté el paso para tomarme el subte a contramano y hacer combinación con la línea C y después con el Roca.
A la altura de Quilmes ya era un hecho que el presidente, Alberto Fernández, iba a hablar por televisión para anunciar medidas importantes en la lucha contra la pandemia de Covid-19 que se empezaba a propagar en el país, la región y que ya hacía estragos en Europa. La pregunta era qué iba a decir. En esos momentos distintos amigos y familiares me escribieron como si hubiera ostentado un título de asesor presidencial o de fantasma de la Quinta de Olivos: ¿Qué sabes? ¿Sabes algo? ¿Qué pasa? La incertidumbre era (es) muy fuerte y el deseo de saber aún más.
Cuando finalmente supe qué iba a anunciar Alberto Fernández, al salir de la estación de Berazategui y con Safaera de Bad Bunny en los auriculares, le avisé a unos familiares y a unos colegas para delinear de forma conjunta las primeras líneas de trabajo de una modalidad completamente desconocida hasta entonces. En mi casa me lavé las manos, una costumbre esencial que tomé a partir de ese momento, me preparé un mate y esperé el anuncio presidencial muy pegado al televisor, como si no quisiera perderme ninguna palabra.
A los pocos segundos de que Alberto Fernández haya aparecido en la pantalla, con saco azul y corbata verde, rodeado de algunos gobernadores en épocas de esperanza de unidad nacional, un amigo me escribió por un grupo de WhatsApp:
- ¿Qué sabes?
- ¿Qué gano si se los anticipo?
-Una birra.
La promesa fue lo suficientemente fuerte y les dije la información que había obtenido a partir de distintas fuentes entre risas y chistes:
-Cuarentena obligatoria. Solo se podrá salir al supermercado y la farmacia. Se adelanta el feriado de abril-, les dije en formato de telegrama.
Esa vez no me equivoqué y a los pocos minutos Alberto Fernández comunicó lo que ya se sabía en casi todo el país y que sólo necesitaba su confirmación personal.
-Te debo una birra-, decía el mensaje de un amigo.
-Que sea IPA.
Al día siguiente no me acuerdo qué hice, ni cuál fue mi rutina, ni qué sentí, ni que se me pasó por la cabeza. Creo que, como muchos, lo tomé como el primer día de uno o dos meses extraordinarios que se irían a interponer en nuestro camino de una vida normal y planificada con antelación. Recuerdo las recorridas fotográficas de los medios de comunicación por las calles desiertas de la ciudad, la reiteración hasta el hartazgo de la palabra presidencial en distintas radios y la exposición de decenas de cientos de médicos y epidemiólogos en distintas pantallas. Como muchos esa vez sí me equivoqué y los días se convirtieron en semanas, meses y hoy, con varias e importantes modificaciones en el medio, en un año. De esa extensión recuerdo las tapas unificadas de los diarios de tirada nacional que decían “al virus lo enfrentamos entre todos. Viralicemos la responsabilidad”, los análisis que aseguraban que la sociedad “iba a salir mejor” de la pandemia y los memes sobre las “filminas” presidenciales. También recuerdo que poco a poco el temible pero conocido “sálvese quien pueda” se fue imponiendo en el mundo; que la unidad nacional quedó en el sueño de una noche de verano; que las vacunas llegaron, pero se acapararon por unos pocos países ricos y que la crisis sigue y seguirá por un tiempo y con un final aún desconocido.
Desde aquel 19 de marzo del año pasado no volví a Capital Federal. Todavía no me subí al Roca ni caminé de nuevo por Palermo. Todavía hay cosas que espero, como esa IPA de litro pasando de mano en mano sin barbijos, sin miedos ni incertidumbres.
Por Ernesto Méndez
Los días previos a ese viernes ya se podía sentir un ambiente raro, hacia unos días se había detectado el primer caso del virus en el país y lo que ocurría en Europa que hasta ese momento parecía lejano, empezaba a dejar de serlo. No había miedo aún, pero sí mucha incertidumbre.
Una semana antes de ese viernes jugaban el Gimnasia de Diego Armando contra el Banfield de Julio Cesar, tenía plateas para ese partido con un amigo. Durante todo el año había querido ir a ver al Lobo de Diego como hincha del fútbol. Pero resultó que ese fue el primer partido sin espectadores, después el River de Gallardo se negaría a jugar.
Recuerdo que unos días después con el viejo continente en cuarentena pasó algo que en ese momento fue raro, pero que después sería común. Alejandro Sanz y Juanes habían cancelado su gira latinoamericana, no son artistas que yo siga. Pero dieron un recital virtual, algo que en ese momento me pareció bizarro y salido de una peli de ciencia ficción de clase B. Aunque meses después los recitales virtuales serian algo corriente.
A las pocas horas Chile, Perú y Ecuador cerraron sus fronteras, en Madrid se moría una persona cada 16 minutos por el virus y Netflix cambiaba su estándar de datos para que no colapse internet.
Ya estábamos en una peli de terror, habíamos pasado de verla por televisión a la lejanía a estar esperando el anuncio de una cuarentena que la gran mayoría pensaba sería por unos días o como mucho hasta semana santa. Las teorías llegaban por grupos de WhatsApp y telegrama.
Llegó el viernes y pareció un día más de trabajo, pero con la idea de que iban a anunciar una “cuarentena”. Aunque muchos no creíamos que iba a ser estricta. Muchos esperaban medidas de restricciones, pero no una cuarentena total.
Cuando se dio el anuncio estaba en mi casa saltando de canal en canal de televisión viendo noticias, la televisión se había convertido en 24 horas de coronavirus. No tengo recuerdo vivido de anuncio presidencial, pero sí de pensar “¿cómo iba a hacer para ir a trabajar el lunes?”. Pensar en mis viejos y que les podía pasar algo.
Recuerdo los mensajes y hacerme la idea de trabajar desde casa, de no querer quedarme en casa y querer estar en la radio. Estar ahí donde pasan las cosas. Pero al final me tuve que quedar unos días trabajando desde casa, aunque después con permisos pude volver a trabajar a la radio.
Al final nunca pude ver al Lobo de Diego Armando, fue mi cumpleaños unos días después del anuncio y recuerdo no recibir saludos, los informes sobre la escases de papel higiénico y alcohol en gel. El surfer, la cola en los cajeros, las pistolas de temperatura, la gente varada y los consejos de la OMS. Estábamos en una especie de mezcla de sketch bizarro de Cha Cha Cha y una peli de terror de bajo presupuesto.
Por Agustina Montes de Oca
Cumpliéndose un año del decreto del ASPO recuerdo estar sentada con mi vieja en la cocina/comedor de casa. El día anterior había ido hasta Lanús en tren, lo que era cotidiano para mí en ese momento.
Estuve de acuerdo desde el primer momento con las medidas que se tomaron para enfrentar la pandemia por coronavirus y lo primero que dije en voz alta fue: "no pasa nada, serán unos meses de pandemia, a lo sumo un mes de cuarentena". Qué iluso, pienso hoy, todavía estamos barajando recuerdos del ASPO y de la fase 1, fase 2, fase 3, con la idea de que puedan volver a ser realidad.
Por Alex Copello, locutor de 221 Radio
Hace un año teníamos una temporada de proyectos que concretar; amistades y familia que visitar y desafíos de toda clase. De pronto quedamos en una pausa. Vimos por la tele a la clase política unida bajo un mismo fin. Al principio pensamos en la suma de 40 días. Después vimos que esa era la largada, y nos preguntamos qué seria de las actividades de cada quien. Qué pasaría con la educación, la salud; el trabajo, nuestras vidas.
¿Cómo reaccionaríamos ante esta pandemia en la Argentina? 2020 fue transcurriendo y las respuestas a esas preguntas fueron apareciendo con sus sucesivas etapas. Pasó el año; quienes seguimos con vida acá estamos. La pregunta que me surge es ¿Qué hacemos si vienen más olas? Porque ya hicimos la plancha en la primera.
¿Y ahora? ¿A nadar?
Por Osvaldo Fanjul
Hace un año ya de esta pandemia que nos cambió la vida, donde tuvimos que adaptarnos a otras costumbres, a trabajar más vía remoto, a no poder darnos un abrazo, a compartir menos momentos con la gente que queremos y a tantas otras cosas.
Hace un año ya sin poder disfrutar de unos días de vacaciones, casi sin poder juntarnos y ni siquiera a dar un paseíto por Capital. El 7 de marzo cuando cubrí para la radio Boca-Gimnasia fue la última vez que subí a la autopista y que salí de la ciudad.
Hace un año ya que nuestra casa dejó de ser un lugar de visita para transformarse casi en nuestro único lugar. Convivir casi todo el día con el círculo más íntimo cuando antes era compartir momentos.
Hace un año ya que nos transformamos en cocineros, en hacer casi todo en casa, como dice Charly yendo de la cama al living y como decía María Elena Walsh haciendo como la naranja que se pasea de la sala al comedor
Hace un año ya que hablamos de protocolos, de test PCR, de aislamiento, de distanciamiento, de zoom, de google meet, de sala de facebook, etc, etc.
Hace un año ya que la gente no va a la cancha, que el fútbol se acostumbró o no tanto a vivir sin gente, sin aliento y sólo tenemos de ambiente los gritos de los protagonistas.
Hace un año ya que nos cambió la forma de vivir. Parece una eternidad y parece que faltara tanto para volver a la normalidad en el mundo y en nuestra Argentina, un país tan especial.