Denuncian contaminación en el Arroyo Rodriguez. Este mediodía tuvieron una reunión con directivos de la Autoridad del Agua (ADA).
Acusan al frigorífico de Gorina de desechar productos químicos que afectan las fosas nasales y ojos. También exigen la limpieza del arroyo.
Por María Eugenia Budó
Una semana antes se suspendían las clases presenciales y el movimiento en las calles empezaba a ser otro, un poco más lento y con miradas de desconfianza. La incertidumbre y la preocupación ya eran tema de conversación en todos los espacios de trabajo; sabíamos que lo que conocíamos hasta ese momento como nuestra cotidianidad empezaba a tambalear, lo que aún no teníamos claro era hasta qué punto. Las personas de riesgo, así como los y las niñas, también tuvieron que quedarse en sus casas antes que el resto, o al menos esa era la indicación. Con ese panorama llegamos al jueves a la noche, esperando el discurso del Presidente.
Empanadas de carne era el menú de ese día, Marcos y yo comíamos sentados frente al televisor, sin saber que sería así durante las siguientes noches. Se confirmó lo que prácticamente estábamos esperando, no por eso el impacto fue menor. ¿Vos tenés que ir a trabajar mañana? ¿Te podés sacar licencia? ¿Entrás como esencial?. No tardaron en llegar los mensajes por el grupo de WhatsApp, un grupo familiar que a partir de ese día tendría las próximas reuniones por videollamada, al menos hasta el 18 de octubre, cuando nos pudimos volver a juntar al aire libre con tapaboca, alcohol en gel y distanciamiento social.
Las series y la cocina se volvieron aliadas de nuestro día a día, como comunicadora mi rutina laboral continuaba igual que siempre, en cambio, para mi compañero la virtualidad se convirtió en un nuevo hábito. El ejercicio en casa no nos funcionó y para ir al almacén de barrio nos turnábamos, día por medio.
Mi cumpleaños lo celebramos a distancia y así también vivimos las malas noticias. Estoy segura que perder a una persona en pandemia multiplica la intensidad con la que solemos atravesar un duelo.
Nos repetíamos una y otra vez: la única salida es la vacuna.
Hoy, un año después, me empieza a recorrer un cosquilleo por todo el cuerpo al enterarme que le llegó el turno para la vacuna a mi mamá, a mi tía o a la familia de una amiga. Aún continúo con el miedo del principio esperando que le llegue a mi abuela, a papá y al resto de los tíos.
De a poco, mis sobrinos regresan a las aulas y, cuando queramos acordar estaremos en los libros de historia y charlando en una mesa larga, espero que con un beso y un abrazo al reencontrarnos porque a diferencia de muchas personas, yo extraño el saludo con beso en el cachete.
Por Hernán Moyano, conductor de "El pacto Copérnico"
Recuerdo que el fin de semana previo a que el presidente disponga el comienzo del Aislamiento social, preventivo y obligatorio me dediqué a intentar organizar todo para que mi familia no sufra el cambio brusco que unos días después comenzarían a experimentar en carne propia.
Quizás los que hacemos cine de terror estamos más acostumbrados a conocer la cronología de cambios significativos en situaciones semi apocalípticas como fue la sensación imperante por esos días. Algunos nos aventurábamos a pensar que esto no iba a ser solo unas vacaciones del trabajo como muchos supusieron y que en realidad era el comienzo de algo que iba a tomarnos un tiempo largo superar. Recuerdo las sensaciones de angustia e incertidumbre que comenzaban a acompañarnos en lo cotidiano. Recuerdo las mañanas revisando los diarios online para saber cómo transcurría la situación y recuerdo el dolor profundo que me embargaba cuando escuchaba el pedido repetido en los medios de comunicación, sobre la necesidad de evitar contacto físico directo con nuestros familiares, sobre todo con los adultos mayores.
Como en toda película apocalíptica hay etapas. El inicio suele ser desesperanzador y oscuro y lentamente la sociedad encuentra cierta lógica dentro del caos que lo hace poder transitarla sin perder la cabeza. También recuerdo haber visto durante los primeros meses de la pandemia una serie que me dio escalofríos por lo contemporánea a lo que vivíamos día a día, pero sobre todo por la mirada pesimista que tenia de la situación. En la serie - titulada "El colpaso" - lo más peligroso del colapso no era un agente externo, un virus mortal o un meteorito que impactaría sobre la tierra. En la ficción, lo más peligroso era el planteo de hasta dónde puede llegar el ser humano en una situación desesperante. ¿Existe un límite a la hora de dejar salir nuestro instinto de supervivencia? En todo caso, en toda película apocalíptica siempre hay un nuevo renacer. Esperemos que esa etapa comience pronto.
Por Lucio Garriga Olmo
El 19 de marzo de 2020 estaba en un vagón del subte D yendo al trabajo. Faltaban pocas paradas para llegar a la estación de Palermo y emprender una caminata de 15 cuadras hasta el destino final, cuando un mensaje de uno de los encargados me llegó al WhatsApp:
-Lucho, no vengas. Por protocolo no puedo meter más gente en el edificio.
De nada sirvió mi insistencia de hacer valer un viaje de más de una hora y media hasta una de las zonas más exclusivas de la Capital Federal. El “protocolo”, esa palabra que marca nuestras vidas hasta ahora y que lo seguirá haciendo en el futuro, se impuso con fuerza. Me bajé en Olleros y adelanté el paso para tomarme el subte a contramano y hacer combinación con la línea C y después con el Roca.
A la altura de Quilmes ya era un hecho que el presidente, Alberto Fernández, iba a hablar por televisión para anunciar medidas importantes en la lucha contra la pandemia de Covid-19 que se empezaba a propagar en el país, la región y que ya hacía estragos en Europa. La pregunta era qué iba a decir. En esos momentos distintos amigos y familiares me escribieron como si hubiera ostentado un título de asesor presidencial o de fantasma de la Quinta de Olivos: ¿Qué sabes? ¿Sabes algo? ¿Qué pasa? La incertidumbre era (es) muy fuerte y el deseo de saber aún más.
Cuando finalmente supe qué iba a anunciar Alberto Fernández, al salir de la estación de Berazategui y con Safaera de Bad Bunny en los auriculares, le avisé a unos familiares y a unos colegas para delinear de forma conjunta las primeras líneas de trabajo de una modalidad completamente desconocida hasta entonces. En mi casa me lavé las manos, una costumbre esencial que tomé a partir de ese momento, me preparé un mate y esperé el anuncio presidencial muy pegado al televisor, como si no quisiera perderme ninguna palabra.
A los pocos segundos de que Alberto Fernández haya aparecido en la pantalla, con saco azul y corbata verde, rodeado de algunos gobernadores en épocas de esperanza de unidad nacional, un amigo me escribió por un grupo de WhatsApp:
- ¿Qué sabes?
- ¿Qué gano si se los anticipo?
-Una birra.
La promesa fue lo suficientemente fuerte y les dije la información que había obtenido a partir de distintas fuentes entre risas y chistes:
-Cuarentena obligatoria. Solo se podrá salir al supermercado y la farmacia. Se adelanta el feriado de abril-, les dije en formato de telegrama.
Esa vez no me equivoqué y a los pocos minutos Alberto Fernández comunicó lo que ya se sabía en casi todo el país y que sólo necesitaba su confirmación personal.
-Te debo una birra-, decía el mensaje de un amigo.
-Que sea IPA.
Al día siguiente no me acuerdo qué hice, ni cuál fue mi rutina, ni qué sentí, ni que se me pasó por la cabeza. Creo que, como muchos, lo tomé como el primer día de uno o dos meses extraordinarios que se irían a interponer en nuestro camino de una vida normal y planificada con antelación. Recuerdo las recorridas fotográficas de los medios de comunicación por las calles desiertas de la ciudad, la reiteración hasta el hartazgo de la palabra presidencial en distintas radios y la exposición de decenas de cientos de médicos y epidemiólogos en distintas pantallas. Como muchos esa vez sí me equivoqué y los días se convirtieron en semanas, meses y hoy, con varias e importantes modificaciones en el medio, en un año. De esa extensión recuerdo las tapas unificadas de los diarios de tirada nacional que decían “al virus lo enfrentamos entre todos. Viralicemos la responsabilidad”, los análisis que aseguraban que la sociedad “iba a salir mejor” de la pandemia y los memes sobre las “filminas” presidenciales. También recuerdo que poco a poco el temible pero conocido “sálvese quien pueda” se fue imponiendo en el mundo; que la unidad nacional quedó en el sueño de una noche de verano; que las vacunas llegaron, pero se acapararon por unos pocos países ricos y que la crisis sigue y seguirá por un tiempo y con un final aún desconocido.
Desde aquel 19 de marzo del año pasado no volví a Capital Federal. Todavía no me subí al Roca ni caminé de nuevo por Palermo. Todavía hay cosas que espero, como esa IPA de litro pasando de mano en mano sin barbijos, sin miedos ni incertidumbres.
Por Ernesto Méndez
Los días previos a ese viernes ya se podía sentir un ambiente raro, hacia unos días se había detectado el primer caso del virus en el país y lo que ocurría en Europa que hasta ese momento parecía lejano, empezaba a dejar de serlo. No había miedo aún, pero sí mucha incertidumbre.
Una semana antes de ese viernes jugaban el Gimnasia de Diego Armando contra el Banfield de Julio Cesar, tenía plateas para ese partido con un amigo. Durante todo el año había querido ir a ver al Lobo de Diego como hincha del fútbol. Pero resultó que ese fue el primer partido sin espectadores, después el River de Gallardo se negaría a jugar.
Recuerdo que unos días después con el viejo continente en cuarentena pasó algo que en ese momento fue raro, pero que después sería común. Alejandro Sanz y Juanes habían cancelado su gira latinoamericana, no son artistas que yo siga. Pero dieron un recital virtual, algo que en ese momento me pareció bizarro y salido de una peli de ciencia ficción de clase B. Aunque meses después los recitales virtuales serian algo corriente.
A las pocas horas Chile, Perú y Ecuador cerraron sus fronteras, en Madrid se moría una persona cada 16 minutos por el virus y Netflix cambiaba su estándar de datos para que no colapse internet.
Ya estábamos en una peli de terror, habíamos pasado de verla por televisión a la lejanía a estar esperando el anuncio de una cuarentena que la gran mayoría pensaba sería por unos días o como mucho hasta semana santa. Las teorías llegaban por grupos de WhatsApp y telegrama.
Llegó el viernes y pareció un día más de trabajo, pero con la idea de que iban a anunciar una “cuarentena”. Aunque muchos no creíamos que iba a ser estricta. Muchos esperaban medidas de restricciones, pero no una cuarentena total.
Cuando se dio el anuncio estaba en mi casa saltando de canal en canal de televisión viendo noticias, la televisión se había convertido en 24 horas de coronavirus. No tengo recuerdo vivido de anuncio presidencial, pero sí de pensar “¿cómo iba a hacer para ir a trabajar el lunes?”. Pensar en mis viejos y que les podía pasar algo.
Recuerdo los mensajes y hacerme la idea de trabajar desde casa, de no querer quedarme en casa y querer estar en la radio. Estar ahí donde pasan las cosas. Pero al final me tuve que quedar unos días trabajando desde casa, aunque después con permisos pude volver a trabajar a la radio.
Al final nunca pude ver al Lobo de Diego Armando, fue mi cumpleaños unos días después del anuncio y recuerdo no recibir saludos, los informes sobre la escases de papel higiénico y alcohol en gel. El surfer, la cola en los cajeros, las pistolas de temperatura, la gente varada y los consejos de la OMS. Estábamos en una especie de mezcla de sketch bizarro de Cha Cha Cha y una peli de terror de bajo presupuesto.
Por Agustina Montes de Oca
Cumpliéndose un año del decreto del ASPO recuerdo estar sentada con mi vieja en la cocina/comedor de casa. El día anterior había ido hasta Lanús en tren, lo que era cotidiano para mí en ese momento.
Estuve de acuerdo desde el primer momento con las medidas que se tomaron para enfrentar la pandemia por coronavirus y lo primero que dije en voz alta fue: "no pasa nada, serán unos meses de pandemia, a lo sumo un mes de cuarentena". Qué iluso, pienso hoy, todavía estamos barajando recuerdos del ASPO y de la fase 1, fase 2, fase 3, con la idea de que puedan volver a ser realidad.
Por Alex Copello, locutor de 221 Radio
Hace un año teníamos una temporada de proyectos que concretar; amistades y familia que visitar y desafíos de toda clase. De pronto quedamos en una pausa. Vimos por la tele a la clase política unida bajo un mismo fin. Al principio pensamos en la suma de 40 días. Después vimos que esa era la largada, y nos preguntamos qué seria de las actividades de cada quien. Qué pasaría con la educación, la salud; el trabajo, nuestras vidas.
¿Cómo reaccionaríamos ante esta pandemia en la Argentina? 2020 fue transcurriendo y las respuestas a esas preguntas fueron apareciendo con sus sucesivas etapas. Pasó el año; quienes seguimos con vida acá estamos. La pregunta que me surge es ¿Qué hacemos si vienen más olas? Porque ya hicimos la plancha en la primera.
¿Y ahora? ¿A nadar?
Por Osvaldo Fanjul
Hace un año ya de esta pandemia que nos cambió la vida, donde tuvimos que adaptarnos a otras costumbres, a trabajar más vía remoto, a no poder darnos un abrazo, a compartir menos momentos con la gente que queremos y a tantas otras cosas.
Hace un año ya sin poder disfrutar de unos días de vacaciones, casi sin poder juntarnos y ni siquiera a dar un paseíto por Capital. El 7 de marzo cuando cubrí para la radio Boca-Gimnasia fue la última vez que subí a la autopista y que salí de la ciudad.
Hace un año ya que nuestra casa dejó de ser un lugar de visita para transformarse casi en nuestro único lugar. Convivir casi todo el día con el círculo más íntimo cuando antes era compartir momentos.
Hace un año ya que nos transformamos en cocineros, en hacer casi todo en casa, como dice Charly yendo de la cama al living y como decía María Elena Walsh haciendo como la naranja que se pasea de la sala al comedor
Hace un año ya que hablamos de protocolos, de test PCR, de aislamiento, de distanciamiento, de zoom, de google meet, de sala de facebook, etc, etc.
Hace un año ya que la gente no va a la cancha, que el fútbol se acostumbró o no tanto a vivir sin gente, sin aliento y sólo tenemos de ambiente los gritos de los protagonistas.
Hace un año ya que nos cambió la forma de vivir. Parece una eternidad y parece que faltara tanto para volver a la normalidad en el mundo y en nuestra Argentina, un país tan especial.
Por Martín Casañas
Aquella noche del jueves 19 de marzo, cuando todo hacía indicar que la cuarentena en el país era una realidad, llegó el anuncio del Presidente Alberto Fernández sobre las restricciones dispuestas a partir de las cero horas del viernes 20. En ese entonces, recuerdo estar en mi casa junto a mi abuela y mi padrino, convivientes en Los Hornos, y sentir una preocupación e incertidumbre poco habitual. Era todo tan nuevo, tan extraño y tan lejano en el horizonte, que me impactó la velocidad de propagación que tuvo en virus en los últimos meses.
Lo primero que hice fue comentar la situación con mi familia, teniendo en cuenta que Delia, de 84 años, corría (y corre) un riesgo importante si alguno de nosotrxs se llegaba a contagiar por Coronavirus. Posteriormente, el tema se trasladó a los grupos de whatsapp de familiares y amigxs, comentando lo que acababa de anunciar el presidente y pensando, de manera inocente, que serían 15 días de aislamiento para preservar la salud de todo el país.
Más allá de la angustia de saber que no podría moverme de mi casa por dos semanas, traté de analizar la situación desde otro punto de vista más positivo: lamentando lo que sucedía en Europa, entendí que, si la pandemia hubiera iniciado en América Latina, las consecuencias, probablemente, hubieran sido más graves de lo imaginado. Por lo tanto, me generó cierta tranquilidad saber que, haciendo caso a las autoridades sanitarias del país, no tendríamos un colapso en el sistema de salud.
Con innegable temor y sorprendido por lo que estábamos viviendo, me fui a dormir esa noche pensando que todo quedaría como una anécdota y una vivencia de 15 días de encierro. Lamentablemente, la historia fue completamente distinta y duró mucho más de lo deseado. Pero hoy, un año después de ese momento histórico, tengo la convicción de saber que, con aciertos y errores, la sociedad argentina y el Estado estuvieron(mos) a la altura del inesperado desafío que nos propuso la humanidad.
Por Ignacio Villabona
Recuerdo perfectamente esos días extraños de marzo del 2020 cuando se veía venir algo que ya llamaban “cuarentena” y que nadie sabia bien que era. Yo particularmente estaba pendiente del desarrollo de un concierto del Ciclo Mistongo que es el ciclo de conciertos de tango que produzco desde el año 2016 en la ciudad, el concierto estaba programado para el 21 de marzo y para el 4 de abril también tenía otra fecha programada. Pasado el 10 de marzo, con las primeras medidas oficiales, cierres de fronteras etc. ya el panorama de las actividades en lugares cerrados se empezó a poner en alerta con distintas estrategias y reacciones del sector, muchos decidían por responsabilidad individual levantar los conciertos y espectáculos, otros se mantenían expectantes a los anuncios oficiales y muchos como yo estábamos mas bien desorientados. Fueron días de mucha comunicación entre los colegas del sector, mucha consulta e incertidumbre.
La administración pública (la cual me convoca en materia laboral) creo recordar que rápidamente y antes del anuncio oficial de cuarentena dio muestras de que “taza taza, cada uno a su casa” y el panorama empezaba a ser mas claro. Al menos por un tiempo nos mandarían a “descansar”. El día del anuncio ya estaba todo bastante claro y faltaba solamente escuchar al Presidente, ya habíamos decidido junto a los espacios en los que producía el Ciclo Mistongo que lo mejor era suspender actividades hasta próximo aviso y en familia y en casa recibimos el anuncio de la medida oficial. Un par de semanas para descansar, ocuparse de cosas pendientes del hogar, ordenar el suministro de víveres y planificar un poco la alimentación familiar no iba a venir nada mal, al menos por un par se semanas. De ahí en más todos sabemos la historia, y aunque quede cursi y sea una frase hecha a un año de aquel día, ninguno de nosotros somos los mismos.
Por Mariano Antonelli, conductor del programa TARDE
El comienzo del confinamiento de la voz de Alberto Fernández claramente fue uno de esos momentos que uno va a recordar siempre dónde estaba o qué hacía cuando ocurrió. Yo en ese momento vivía sobre calle 25, cerca del parque San Martin. Estábamos con mi novia a la espera de la famosa conferencia que habían anunciado, y estábamos expectantes de lo que pudiera resultar. Ya ese día nos habían dicho que no vayamos a trabajar, por ende era el primer día de lo que lego se confirmaría como una cuarentena, y al principio lo tomamos como un día de recreo. La avenida 25 es clave durante el confinamiento porque nunca estuvo tan inactiva y desierta que cuando estuvo el confinamiento. La imagen era casi apocalíptica. Al principio solo se veían por la calle personas con la bolsita de los mandados, que era como el permiso para transitar. Eso o pasear el perro.
Los sentimientos que se recuerdan son miedo, desconcierto, pero por sobre todas las cosas incertidumbre. Muy pocos creo que se pudieron a pensar en ese momento que no serían solo los 15 días que anunciaba el Presidente que nos teníamos que “guardar”. Nos preocupábamos cómo íbamos a aguantar 15 días, y después termino siendo más de medio año.
Con los compañeras y compañeros que hacemos el programa analizábamos opciones para definir nuestro año radial, y nos cayó esto. Por suerte, no habíamos acordado empezar el programa, y visto a la distancia creo que nos vino bien para no estar expuestos en plena pandemia.
Y acá estamos, un año después. Somos participantes de un hecho que no pasó nunca en la historia de la humanidad. Pensarlo así es muy fuerte. Ojalá termine lo menos peor posible.
Por Damián “Puma” Gaspari
Parece mentira que hace un año el presidente Alberto Fernández estaba anunciando en Cadena Nacional que debíamos quedarnos en nuestras casas para cuidarnos de un virus desconocido. Un virus que estaba causando estragos en el mundo. Como si fuera una película apocalíptica sacada del cine o de alguna plataforma de streaming dónde los protagonistas luchaban por subsistir ante un enemigo silencioso e invisible.
En mi caso, me encontró tal vez un poco más prevenido, ya que tengo dos amigos que viven en Europa y tengo contacto constante con ellos. Yo tenía el famoso “diario del lunes”. Cada paso que se daba en nuestro país yo lo había charlado dos o tres semanas antes con ellos. Por eso mismo, cuando aquí explotó “la locura del virus”, en esos primeros e interminables días de encierro hogareño, yo ya había comprado alcohol por las dudas.
Incluso, cuando todavía no se utilizaba el tapabocas, yo ya sabía que teníamos que empezar a usarlo en un tiempo cercano. Así pasé todo el período más duro de confinamiento. Siempre al lado de mi familia, mi esposa e hijas. Apoyándonos, cuidándonos y tratando que las nenas sean las menos afectadas por no entender lo que estaba pasando afuera.
Perdimos mucho en un año. Abrazos, besos, afecto hacia el otro. La pandemia nos hizo más fríos, nos obligó a distanciarnos, hasta del ser más querido. Pero lo hicimos, obligadamente, para cuidarnos y cuidar al otro. Fue el primer alejamiento afectivo de la historia a nivel mundial por amor. ¿Qué loco no? Nos sirvió para pensar y replantear algunas cuestiones, muchas de éstas existenciales, familiares, cosas que habitualmente uno no piensa porque vive a las corridas con todo. Fue tiempo de parar la pelota, como se dice habitualmente en el mundo futbolístico.
Volviendo a mis amigos de Europa, justamente ayer uno de ellos, me dejó una frase que aún sigue dando vueltas en mi cabeza. Ellos siguen pasando la segunda ola de contagio, que, por momentos, fue más dura y complicada que la vivida a comienzos de 2020. Cuando nos despedíamos me dijo “aprovechen la libertad", no sé que pasará en unos meses en Argentina pero ojalá que se haya equivocado.